DESGRACIA, Coetzee
Había cambiado. La tragedia, tantas veces novelada, tenía el cariz de realidad. A pesar que unos 30 años me separan del protagonista, uno se va desintegrando línea a línea con David Lurie, como si desde el comienzo, protagonista y lector se ataran en una caída hacia lo más profundo de las desgracias. La miseria y la cadena de tragedias cuestionan. No se sabe si las reacciones de los personajes son las correctas; si la psicología, por decir, de Lucy es comprensible para un ser humano común y corriente. Quizás no lo sea o, tal vez, es tan comprensible que eso nos hace sudar frío.
El temor es latente, pero controlado. La narración no cae en eufemismos, ni en exageraciones. Nos instalamos frente a un retrato y una sucesión de hechos descritos con crudeza y distancia. La historia o más bien las implicancias y sensaciones de la historia se arman en las mentes de los lectores (percepción). En una de esas, seguramente, el objetivo primero de los escritores magistrales como Coetzee.