EL PERSEGUIDOR Julio Cortázar
“Si yo no hubiera escrito 'El Perseguidor'
hubiera sido incapaz de escribir 'Rayuela'."
Julio Cortázar.
Johnny Carter (Charlie Parker) toma su saxo e intenta llenar el tiempo con música. Julio Cortázar, toma su pluma (o máquina de escribir) e intenta llenar el espacio de una hoja en blanco. ¿Qué obtenemos? “El Perseguidor”, una novela corta o un cuento largo que unió magistralmente Jazz y literatura.
El libro cuenta la decadencia de un hombre, Johnny Carter (narrado por un crítico de Jazz llamado Bruno), atrapado entre la genialidad y la locura; entre un grupo de aduladores: “En el fondo somos una banda de egoístas, so pretexto de cuidar a Johnny lo que hacemos es cuidar nuestra idea de él, prepararnos a los nuevos placeres que va a darnos Johnny, sacarle brillo a la estatua que hemos erigido entre todos y defendiéndola cueste lo que cueste”; entre el tiempo real y el tiempo del be-bop.
Más allá de la cuestión explícita (el homenaje al jazz y a la figura mítica de Charlie “Bird” Parker [1920-1955]), Cortázar considera la preocupación del tiempo desde un nuevo punto de vista. Así como Proust veía el tiempo de una manera descriptiva, lenta y con superposición de tiempos pasados sobre tiempos presentes; o como Borges desde una mirada filosófica, el autor de “Rayuela” ve el tiempo desde una preocupación musical. La pregunta es evidente: Cortázar ¿quiso hacer una novela como si creara una partitura musical? Puede ser. El jazz se caracteriza por lo movedizo de sus sonidos recorriendo el tiempo, por las tensiones, por llenar el espacio y desbordarlo, hasta alterar las percepciones del oyente. Es la búsqueda de la libertad, en un avanzar sin destino y aparentemente infinito. “El Perseguidor”, a su vez, es una narración escrita con soltura, sensacional, pasando de un lugar a otro, de un tiempo a otro, sin previo aviso y sin perjudicar la continuidad; la fluidez es notable y por momentos parece acrecentarse. Bruno está con Johnny, luego solitario reflexiona en una calle, está con la marquesa, en el estudio de grabación, en una pieza de hospital con Carter, recordando Baltimore y todo parece fluir en una estructura genial, marcada por la figura impresionante y derrotada del saxofonista quien, sin duda, es un perseguidor del tiempo y de sus contemporáneos.
Al avanzar por las páginas se pasa por distintas sensaciones: desesperación, melancolía, sudor. Y todo gracias a la acidez y precisión de la mano que maneja la pluma que, como decía Bolaño, es la de un neurocirujano en esta apología del movimiento y la miseria.
Por otra parte, encontramos uno de los paradigmas de la genialidad (como pasó con Beethoven, Thelonious Monk, Brunneleschi etc.): “Es fácil admirarlos, pero tan difícil convivir con ellos”. Todos de una u otra forma soportan sufridamente a Carter: Dédeé, Bruno, Lam, los músicos etc. Y la pobre Bee muriendo en Chicago. Es cuando muere Bee que notamos un quiebre en Carter, está más frágil. Por el contrario, Cortázar nos muestra a un Bruno cada vez más fuerte, escéptico y paternal con Johnny. Por ejemplo, al volver juntos caminando del bar, Bruno cuida del saxofonista e intenta evitar el tema de Bee, incluso por momentos lo cuestiona sutilmente. Y finalmente Carter explota: “Si cuando yo toco, tú ves los ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la boca y dicen que he alcanzado la perfección, no es culpa mía (...) es que yo no valgo nada, que lo que toco y lo que la gente me aplaude no vale nada...”.
¿Qué nos quiso decir Carter en esta rabieta?
Que convivir con su altura musical, su genialidad compositiva, nada más lo ha hecho abrir los ojos de todo lo infinito e imposible que abarca la música y que él, siendo incluso un virtuoso, no podría alcanzar, cuestión que todo artista, por lo demás, debiera tener más que claro, pero a veces se les olvida y son felices, a diferencia de Johnny Carter y Charlie Parker.
hubiera sido incapaz de escribir 'Rayuela'."
Julio Cortázar.
Johnny Carter (Charlie Parker) toma su saxo e intenta llenar el tiempo con música. Julio Cortázar, toma su pluma (o máquina de escribir) e intenta llenar el espacio de una hoja en blanco. ¿Qué obtenemos? “El Perseguidor”, una novela corta o un cuento largo que unió magistralmente Jazz y literatura.
El libro cuenta la decadencia de un hombre, Johnny Carter (narrado por un crítico de Jazz llamado Bruno), atrapado entre la genialidad y la locura; entre un grupo de aduladores: “En el fondo somos una banda de egoístas, so pretexto de cuidar a Johnny lo que hacemos es cuidar nuestra idea de él, prepararnos a los nuevos placeres que va a darnos Johnny, sacarle brillo a la estatua que hemos erigido entre todos y defendiéndola cueste lo que cueste”; entre el tiempo real y el tiempo del be-bop.
Más allá de la cuestión explícita (el homenaje al jazz y a la figura mítica de Charlie “Bird” Parker [1920-1955]), Cortázar considera la preocupación del tiempo desde un nuevo punto de vista. Así como Proust veía el tiempo de una manera descriptiva, lenta y con superposición de tiempos pasados sobre tiempos presentes; o como Borges desde una mirada filosófica, el autor de “Rayuela” ve el tiempo desde una preocupación musical. La pregunta es evidente: Cortázar ¿quiso hacer una novela como si creara una partitura musical? Puede ser. El jazz se caracteriza por lo movedizo de sus sonidos recorriendo el tiempo, por las tensiones, por llenar el espacio y desbordarlo, hasta alterar las percepciones del oyente. Es la búsqueda de la libertad, en un avanzar sin destino y aparentemente infinito. “El Perseguidor”, a su vez, es una narración escrita con soltura, sensacional, pasando de un lugar a otro, de un tiempo a otro, sin previo aviso y sin perjudicar la continuidad; la fluidez es notable y por momentos parece acrecentarse. Bruno está con Johnny, luego solitario reflexiona en una calle, está con la marquesa, en el estudio de grabación, en una pieza de hospital con Carter, recordando Baltimore y todo parece fluir en una estructura genial, marcada por la figura impresionante y derrotada del saxofonista quien, sin duda, es un perseguidor del tiempo y de sus contemporáneos.
Al avanzar por las páginas se pasa por distintas sensaciones: desesperación, melancolía, sudor. Y todo gracias a la acidez y precisión de la mano que maneja la pluma que, como decía Bolaño, es la de un neurocirujano en esta apología del movimiento y la miseria.
Por otra parte, encontramos uno de los paradigmas de la genialidad (como pasó con Beethoven, Thelonious Monk, Brunneleschi etc.): “Es fácil admirarlos, pero tan difícil convivir con ellos”. Todos de una u otra forma soportan sufridamente a Carter: Dédeé, Bruno, Lam, los músicos etc. Y la pobre Bee muriendo en Chicago. Es cuando muere Bee que notamos un quiebre en Carter, está más frágil. Por el contrario, Cortázar nos muestra a un Bruno cada vez más fuerte, escéptico y paternal con Johnny. Por ejemplo, al volver juntos caminando del bar, Bruno cuida del saxofonista e intenta evitar el tema de Bee, incluso por momentos lo cuestiona sutilmente. Y finalmente Carter explota: “Si cuando yo toco, tú ves los ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la boca y dicen que he alcanzado la perfección, no es culpa mía (...) es que yo no valgo nada, que lo que toco y lo que la gente me aplaude no vale nada...”.
¿Qué nos quiso decir Carter en esta rabieta?
Que convivir con su altura musical, su genialidad compositiva, nada más lo ha hecho abrir los ojos de todo lo infinito e imposible que abarca la música y que él, siendo incluso un virtuoso, no podría alcanzar, cuestión que todo artista, por lo demás, debiera tener más que claro, pero a veces se les olvida y son felices, a diferencia de Johnny Carter y Charlie Parker.